En todas las concepciones originarias americanas, pero en especial en la andina, se honran por igual la luz y la oscuridad, el día y la noche, el cielo y el inframundo, lo femenino y lo masculino. El mundo entero, tanto natural como social, se concibe y organiza siguiendo las pautas de la división en mitades, cuartos y sus sucesivas subdivisiones. Por eso la dualidad o el dualismo es uno de los principios en los que se asienta la cosmovisión de las culturas indígenas de los Andes (Llamazares, 2012).
Blanco y negro, alto, y bajo, bueno y malo, femenino y masculino, todo lo que nos rodea tiene su contrario. Por ello hay quienes señalan que en el Mundo Andino no existe “universo”, sino “multiverso”, pues no es posible que exista uno sólo si tomamos en cuenta que si hay varios mundos posibles aquí en la Tierra, de seguro habrá otros mundos allá en el espacio.
La vida y la muerte son dos conceptos que han cambiado a lo largo de los siglos, del mismo modo que el amor y el odio. Cuando se habla de los primeros humanos que poblaron la Tierra y en especial de aquellos que habitaron América hace más de 40 mil años, se suele pensar en seres “salvajes”, sin ningún tipo de “cultura”. No obstante, la arqueología nos ha logrado demostrar que los hombres y mujeres que llegaron a la península de Santa Elena hace aproximadamente 15 mil años, ya tenían ciertos valores que merecen ser más estudiados.
Fue en esta región ecuatorial donde el hombre empezó a valorar al propio hombre, al tiempo que elaboraba sus creencias en el más allá. Así, la muerte, que en los primeros grupos de cazadores comportaba el abandono del cadáver, empezó a ser valorada y ritualizada mediante distintos tipos de enterramientos (Sagaseta, 2001).
Como un claro ejemplo tenemos el enterramiento denominado de “Los Amantes de Sumpa”, una pareja del período Arcaico (7.000 a.C.) que fue descubierta por la arqueóloga norteamericana Karen Stothert en la década de 1970, en la Península de Santa Elena. Según la investigadora, los habitantes de la civilización Las Vegas, acostumbraban venerar a sus muertos colocándoles ofrendas o ajuares funerarios (Stothert & Freire, 1997).
La gente de Las Vegas colocaba guijarros pequeños como representación del alma de los difuntos, para darles protección espiritual, como actualmente es costumbre entre los indígenas Kogi de Colombia. De igual manera se colocaron seis piedras grandes como símbolo de protección contra los malos espíritus. Este tipo de enterramiento, es uno de los más antiguos ejemplos que nos permite explorar el amplio espectro relacionado con el culto a la muerte o a los muertos que existió en el Antiguo Ecuador.
Los Amantes de Sumpa - Santa Elena |
Así volvemos al inicio de este artículo en el que se hacía referencia a que en el idioma kichwa no existe el adiós, puesto que ni en el vocabulario, como tampoco en la vida de los Andes existe el mismo sentido del concepto que el adiós tiene para el mundo mestizo. Los indígenas no creen en la muerte porque para empezar su forma de entender el “multiverso” es distinta. Mientras que en el mundo occidental, influenciado desde el 380 d.C. por el Cristianismo que se impuso como religión oficial del imperio romano gracias al Edicto de Tesalónica, la vida es algo lineal, en donde todo tiene un principio y un fin; en el mundo andino esa concepción lineal de las cosas no existe, puesto que los indígenas de los Andes creen en los ciclos, por lo tanto todo es circular.
En el kichwa, lengua madre de los incas y hoy en día de una buena parte de la población originaria de los Andes desde el sur de Colombia hasta el norte chileno-argentino, no existe la palabra adiós con el mismo sentido que en el español, debido al hecho de que en el pensamiento ancestral no es posible concebir la idea de la partida sin que exista la posibilidad de un reencuentro.
Cuando la gente se despide dice expresiones como: “Kayakaman” (hasta mañana); “shuk punchapik rikurishun” (Adiós, nos vemos otro día) o “ashta kashkaman” (hasta pronto), es decir, siempre con la posibilidad del reencuentro. Lo mismo se aplica cuando hablamos de la muerte, pues simplemente es un paso hacia otra dimensión, hacia otra vida, por lo cual no es entendido como el momento de un adiós, sino de un hasta pronto.
Aunque en las distintas culturas del Antiguo Ecuador se han encontrado vestigios de infinidad de rituales relacionados con la vida y la muerte, lo cierto es que el concepto era el mismo: la vida es un ciclo que no acaba, sino que continúa, como el agua de lluvia que cae del hanan pacha (mundo de arriba, de los espíritus celestiales), cae en el kay pacha (mundo de aquí), penetra en el uku pacha (inframundo), para finalmente volver al hanan y empezar el ciclo nuevamente.
Por ello enterrar a los difuntos con complejos ajuares funerarios simbolizaba el dejar partir al ser querido con todo lo necesario para emprender el gran viaje al que pronto nos uniremos y compartiremos. Era una celebración que incluía ofrendas, música, baile y comidas rituales.
En el caso de los Andes ecuatoriales, después de las cosechas del mes de septiembre, los indígenas entendían al mes como el inicio del ciclo femenino de su calendario agrícola. Celebraban la fiesta del Kulla Raymi, es decir, la fiesta de las elegidas, tiempo en que el Inti Taita (Sol) se ubica seis meses hacia el sur hasta llegar a la celebración en marzo del Pawkar Raymi, tiempo del florecimiento, de la vida. Estos seis meses eran considerados femeninos, asociados a la Pachamama, a la fertilidad, a la abundancia, mientras que de abril a agosto se consideraban meses masculinos.
En el mes de noviembre se daba paso al Wañu Pacha (tiempo de ofrenda a los muertos) y al Chakra wiñay pacha (tiempo de crecimiento de la chacra) (Cachiguango, 1999), lo cual coincidió con la fecha del calendario católico del culto a los difuntos.
Cuando llegaron los conquistadores españoles, todos estos valores cambiaron por la imposición de la religión cristiana. Junto a las carabelas llegaron el luto, la tristeza, el llanto y la idea de que la muerte es el fin de todo, sin reencuentros ni mundos paralelos, sólo un cielo en el que vive un Dios al que nadie ve y que supuestamente llama a los elegidos para pagar la culpa de aquello que haya hecho en vida. Sin embargo, en los Andes pluriculturales se fusionaron dos mundos, dos visiones y de esa simbiosis surgieron costumbres que aún hoy luchan por sobrevivir en medio de la apabullante “globocolonización” como son las guaguas de pan, la colada morada o el simple hecho de ir al cementerio llevando flores o mariachis al difunto.
Por ahora les paso un par de buenos usos:
huk p’unchaykama ( ” hasta un/otro día” )
tunpananchiskama ( “Hasta que nos encontremos”).
kayaKama (hasta el día de mañana)
una muy extraña:
tinkunanchej tian (tenemos que encontrarnos)
y algo interesante que me había dicho Gregorio:
Kaya jawariyki munani, chanta takikusun (quiero verte mañana, cantaremos entonces)
>Blog: Akelarre Yaku
Trabajos citados:
Cachiguango, L. E. (1999). Otavalosonline. Recuperado el 30 de Octubre de 2013, de http://www.otavalosonline.com/
Llamazares, A. M. (2012). Fundación Desde América. Recuperado el 30 de Octubre de 2013, de http://www.desdeamerica.org.ar/
Sagaseta, A. A. (2001). Los Andes Septentrionales. En V. Autores, El Mundo Precolombino (pág. 278). Barcelona: Océano.
Stothert, K., & Freire, A. (1997). Sumpa, historia de la Peínsula de Santa Elena. Guayaquil: Banco Central del Ecuador.
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