Según los historiadores cuenta que en la invasión española los habitantes permanecieron aislados, pero siempre con amor a su rey, hasta que se produjo el momento más tenebroso de la invasión, el cual es la muerte de su rey Atahualpa.
Siendo esto un reto imperdonable para quienes como Francisco Pizarro, quisiera justificar la muerte del Inca aduciendo que lo hizo por renegar la religión católica y porque se lo acusó de idolatría, poligamia, incesto y fratricida, actos de que nuca se lo podía acusar, porque ninguno de estos se cumplía, ni eran válidos para su condena.
Después de estar un largo tiempo prisionero fue ejecutado en un fatídico 29 de Agosto de 1533, crimen horrendo que no se lo puede aceptar por la actitud inhumana y despiadada de los peninsulares, que llevados por la ambición desmedida del precioso metal, los llevó a realizar estos delitos, con lo que no solo se ultrajó el cuerpo de Atahualpa, si no que se saquearon y destruyeron algunos templos del “Dios sol”, como también esto acarreó el aniquilamiento y extensión de una cultura llamada “Hijos de Sol“.
En tiempos de la invasión española, Yangana se convirtió en un lugar importante para la historia, ya que ésta nos da cuenta del despliegue del ejército de Atahualpa hacia los cuatro puntos cardinales del imperio, dirigido por los principales generales y capitanes del rey del Tahuantinsuyo cuyo objetivo principal era adquirir el oro necesario para el rescate de su rey el mismo que debía ser recogido en la forma más rápida posible.
Conocedores de los centros mineros, que contenían gran cantidad de oro muy cotizado, de gran pureza y alto Quilates, acudieron a los centros de Picorama y el Morcillo ubicados en la zona de Loyola y el Vergel, en el extremo Sur Oriental de la parroquia de Yangana. Desde este centro aurífero existía un largo camino que transmontando montes y valles conducía desde, El Vergel hasta Quito y viceversa, el que facilitó la recolección del oro.
El historiador Garcilazo de la Vega cuenta que se practicaba la transportación desde el Vergel la cantidad de 910 pares de almudes (medida antigua) de oro, y cuando se llevaba el tercer viaje desde estos centros en una forma apresurada por los 8000 indios. Y cuando estos avanzaban por las riberas del río Piscobamba en el sitio actual de Quinara, recibieron la inesperada noticia de la muerte de su rey, y fue el grito de alerta para el ocultamiento del tesoro recogido, el mismo que fue enterrado en un sitio escogido en la ribera oriental del río Piscobamba en la Hacienda de Quinara, próximo a la actual cabecera parroquial de Yangana. Este ocultamiento se lo hizo con todos los ritos y ceremonias propias de ellos, bajo la dirección del capitán Quinara. Garcilazo de la Vega cuenta del fatal desenlace que padeció el ejército comandado por el Capitán Quinara, que entre ellos contaban con hombres de muchas tribus de las paltas, entre ellos las parcialidades menores como los Yanganas, los Piscobambas, los Wilcopambas, los Malacatos, los Changaiminas, entre otros. Todos estos hombres reclutados al paso que iban a los centros mineros.
Con todo este ejército luego de ocultar el tesoro, el capitán ordenó el aniquilamiento de todos sus integrantes, el mismo que tuvo lugar en las cimas altas y en las cavernas existentes en varias partes de esta parroquia.
Como evidencia de este aniquilamiento, en la actualidad todavía podemos encontrar muchas cavernas con un gran número de esqueletos humanos en las inmediaciones de Padre-huayco, Yandunda, Yangana, Llambala, Guilango, entre otros lugares.
El tesoro aún permanece perdido, pues aquellos indicios que hubieran permitido desvelarlo en nuestro tiempo fueron destruidos fácilmente por codicia y la sed de oro. Pero aún se escuchan relatos, memorias vivientes de aquellos longevos que aun habitan estos lugares tranquilos, y sus narraciones, a veces no son solo cuentos.
Fuente: Yangana
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