En medio de la calma en que vivía la ciudad de Loja en aquella época en que aún no se conocía la luz eléctrica y las pocas callejas quedaban sumidas en la obscuridad a las siete de la noche, comenzó a suscitarse un hecho que aterrorizó a la escasa y recatada población de ese entonces.
Tan pronto en la iglesia mayor sonaban las doce campanadas que marcaban el filo de la media noche despertando a brujas y fantasmas, sobre el empedrado de la calle Bernardo Valdivieso se escuchaba el ruido producido por los cascos de un caballo que salía a todo galope desde un recodo de la Miguel Riofrío y luego se perdía por las calles periféricas de la ciudad que entonces eran apenas estrechos callejones.
Las personas que admiradas de la audacia del jinete que se atrevía a salir a esa hora de la noche se asomaban a sus puertas o balcones, sólo atinaban a ver un cuerpo con capa y sotana de cura pero...!sin cabeza!
A pesar de la rapidez con la cual cabalgaba el jinete, pero dada la circunstancia de que la escena se repetía diariamente, los curiosos aseguraban que debajo de la sotana habían visto los pies del jinete sobre los estribos e igualmente las manos que sobresalían del negro manto y sujetaban fuertemente las bridas, pero nadie la vio jamás la cabeza porque definitivamente no la tenía. De allí que el "fantasma" fuera bautizado con el nombre de CURA SIN CABEZA y desde entonces no hubo en la ciudad un tema que gozara de mayor popularidad: los hombres muy valientes, por cierto aseguraban haberlo visto frente a frente, mientras que las mujeres se santiguaban cuando oían mencionar su nombre y para los niños no había mejor cosa que nombrar al "cura sin cabeza" para que se portasen bien e hiciesen lo que ordenaban los adultos.
Se hallaba en su punto culminante este reinado de terror impuesto por el "cura sin cabeza" cuando ocurrió algo inesperado.
Lo mejor de la sociedad lojana había concurrido a una fiesta que se dio en un a elegante casa del barrio de San Agustín en donde los convidados comieron, bebieron y bailaron hasta momentos antes de la media noche, hora en la cual todos procuraron retornar apresuradamente a sus hogares precisamente por temor a un fatídico encuentro con el "cura sin cabeza", del que decíase que iniciaba su recorrido a esa hora.
Pero hubo la excepción y ella estuvo compuesta por un pequeño grupo de jóvenes que habían bebido más de la cuenta y se sintieron muy a tono como para encontrarse e inclusive desafiar al temido "Cura sin cabeza". Se quedaron en la fiesta y siguieron libando hasta que sonaron las doce campanadas de la medianoche y entonces salieron llenos de euforia para darle la cara al fantasma o lo que fuere, ya que estaban resueltos a enfrentarse hasta con el mismo diablo.
Pero les falló el cálculo del tiempo y cuando llegaron a la esquina de las calles Bernardo Valdivieso y Miguel Riofrío sólo vieron alo extraño jinete que, con su caballo a todo galope, se perdió por el recodo de la calle 10 de Agosto. Más no se dieron por vencidos y mejor fueron a proveerse de lo necesario para esperar el retorno del "cura sin cabeza", pues se comentaba que solía hacerlo cuando comenzaban a disiparse las sombras de la noche.
Provistos de una buena botella de licor para contrarrestar el frío de la noche y por qué no decirlo también el miedo que les inspiraba su temeraria aventura, los cuatro jóvenes fueron a apostarse a los dos costados de la calle Bernardo Valdivieso, entre Miguel Riofrío y Rocafuerte, y allí clavaron fuertes estacas entre las cuales templaron una cuerda de tal modo que, cuando llegara el caballo con su jinete, sólo pudiera pasar el primero por debajo y de la cuerda, mientras que el segundo sería derribado por la misma y allí lo atraparían los que para entonces ya estarían bastante borrachos.
Las primeras horas de la madrugada pasaron con relativa calma y el efecto del licor se traducía en bromas y risas, pero la situación se puso tensa cuando escucharon las campanas que anunciaban las 4 de la mañana y el jinete- fantasma no aparecía por ninguna parte. Estaban a punto de abandonar su temeraria empresa cuando percibieron, a lo lejos, los cascos del caballo sobre el empedrado de la calle. Disimularon su presencia, a pesar de que no hacía falta debido a la obscuridad de la noche, y esperaron a que llegara el jinete y tropezara con la cuerda.
Tal como lo habían previsto, llegó el caballo a todo galope y al toparse el jinete con la cuerda, cayó al suelo y sobre él se abalanzaron los jóvenes y lo inmovilizaron a pesar de que estaban temblando por el miedo.
¡Habla! le ordenaron entonces ¡habla, ya seas de este mundo o del otro!
¡No me maten! gimió una voz y entonces los jóvenes pudieron comprobar que se trataba de un hombre de carne y hueso.
Una vez que le quitaron su extraño atuendo:
Una sotana de cura cosida de tal manera que el cuello le quedaba sobre la cabeza, dejando sólo unos agujeros para los ojos y otros a la altura de las manos, mientras que la capa le cubría hasta los pies, el hombre- fantasma quiso huir, pero los jóvenes lo sujetaron fuertemente y le prometieron dejarlo marchar solamente después de que le hubiera contado los motivos, las razones y la historia de su extraña actitud.
Se sentaron. Pues, sobre la acera de la parte posterior del convento de Santo Domingo y allí se descubrió el enigma.
Juan Fernando era hijo de españoles afincados en Lima, en donde había nacido y educadose con gran esmero, pues su familia disponía de grandes recursos.
Desde niño tuvo la oportunidad de relacionarse con su prima María Rosa, hija de un hermano de su padre y dadas las circunstancias de que ambos eran hijos únicos, la soledad del uno se esfumaba con la presencia del otro y así aprendieron a amarse y necesitarse hasta el punto de que más tarde les fue imposible vivir separados y al cumplir su mayor edad resolvieron unirse en matrimonio.
Pero allí surgió el problema porque los padres de ambos jóvenes se opusieron rotundamente por razones de su parentesco carnal y en vista de que inclusive tenían elegidos a los consortes para sus respectivos hijos, aquel matrimonio resultaba imposible desde todo punto de vista.
Puesta la joven ante la disyuntiva de casarse inmediatamente con un rico pretendiente o entrar en un convento, ella optó por lo segundo, pero sus tercos padres no la dejaron en Lima sino que como castigo la desterraron a un convento de Loja, atenta la circunstancia de que en esta lejana ciudad vivían unos parientes de su madre.
Al despedirse de su amado, María Rosa le prometió que jamás profesaría y que solamente estaría esperándolo hasta que fuera a rescatarla; él por su parte, juró que así lo haría.
Poco tiempo después un apuesto joven se presentó en el Convento de Santo Domingo de la ciudad de Loja solicitando se lo admita primero como un huésped y después, si las circunstancias lo ameritaban, como un aspirante a la Orden. En su fuero interno había resuelto su cometido, pero sino lo conseguía, de verdad se convertiría en un Religioso pues en el mundo ya no había otra meta para su vida. Como los documentos que trajo desde Lima eran excelentes, el Superior del Convento lo acogió de buen agrado y hasta comenzó a confiarle pequeñas tareas que lo ayudarían a ambientarse y a sentirse cómodo dentro de su nuevo lugar de residencia.
¡Qué lejos estaban los religiosos de imaginar que ese joven callado y austero que pasaba todo el día trabajando en el jardín o ayudando en los menesteres de la iglesia, era el mismo que por las noches se escapaba para ir a visitar a su amada que en igual situación se encontraba en otro convento de la ciudad.
Asimismo los cuatro jóvenes que lograron derribarlo de su caballo y lo tenían inmovilizado exigiéndole que les revelara la verdad, se hallaban bastante lejos de imaginar que ese hombre fuera el mismo que mantenía aterrorizado al vecindario como el supuesto "cura sin cabeza".
¡Por favor tengan piedad de mí! imploró el joven. Pero ante la imposibilidad de que lo liberasen sin revelar su identidad, comenzó así su extraña historia:
Soy forastero, vine desde Lima detrás de mi amada que fue desterrada a este lugar y condenada a vivir en un convento para que no se casara conmigo. Como no tenía amigos en esta ciudad, a uno de mis tíos que es fraile dominico en Lima, le pedí que me diera recomendaciones para hospedarme en el Convento de Santo Domingo de Loja. Conseguido esto, pensé que había culminado la primera parte de mi empresa.
¿Cuál fue la segunda? le interrogaron con curiosidad los captores.
Voy a contarles prometió el joven pero por lo menos suéltenme para poder hacerlo con relativa calma.
Ellos accedieron y el joven continuó: La segunda parte resultó aún más difícil y temeraria pero no había otra manera de cumplirla: como uno de los Padres Dominicos acudía todos los días a celebrar la misa de cinco de la mañana en la iglesia del convento donde se hospeda mi novia, me ofrecí para acompañarlo y servirle de acólito. De esta manera me puse de cuerpo entero ante los ojos de mi amada y así ella ya podía al menos abrigar una esperanza.
¿Qué hizo entonces? preguntó uno de los curiosos interlocutores.
Se las ingenió para conseguir que a ella también le permitieran ayudar en la sacristía, y en un momento de descuido de la Madre sacristana, me pasó un papelito que yo apreté desesperadamente entre mis dedos y solamente pude leerlo en el retiro de mi cuarto una vez que estuve de vuelta en el convento.
Allí me decía continuó el joven que a las doce de la noche me esperaría en la parte posterior del convento, lugar y hora donde yo esperaría su señal.
¿Salió ella a verte por la puerta de atrás del convento?.
¡Imposible! Sólo pude escuchar su dulce e inconfundible voz que me decía que me amaba; y con grandes esfuerzos poco a poco hice un pequeño orificio en la pared, por donde ella deslizaba su fina y pálida mano que yo cubría de besos hasta que llegaba la hora de volver a separarnos.
Pero ¿por qué tenías que disfrazarte de "cura sin cabeza" para acudir a esas citas?
Porque era la única manera de alejar a los curiosos y tener la seguridad de que nadie nos molestaría. De otro modo habría sido imposible concertar esas peligrosas citas. El temor al fantasma era lo único que podía guardar nuestro secreto.
¿Y de dónde sacaste el caballo y los atuendos de cura?
El caballo lo tienen siempre a mono los padres Dominicos para cuando se presenta la necesidad de salir a los campos a confesar algún enfermo grave y pastorea en ese terreno vacío que da a la calle lateral, por donde hay una puerta grande que yo la dejo sin llave para poder salir y entrar sin desmontar del caballo. Lo demás fue fácil hacerlo con unos hábitos viejos que encontré en un baúl del convento y que seguramente pertenecieron a frailes ya fallecidos.
¡No hay duda de que eres bien osado! comentó uno de los captores.
No habían alternativas y el amor lo supera todo replicó el limeño.
¡Termina, termina! dijeron los otros estamos ansiosos por conocer el final y fíjate que ya amanece...
En todas las entrevistan nocturnas con mi amada planeábamos la fuga para el día siguiente después de la misa de cinco a la que yo concurría infaltablemente como sacristán del padre dominico, pero todos los días había algo que estorbaba nuestro plan y sobre todo ella no se arriesgaba a ponerlo en práctica.
Así han transcurrido varios meses que han sido para los dos un verdadero infierno de angustia ante el temor a ser descubiertos y esto al fin ha ocurrido ahora truncando nuestro sueño de manera definitiva terminó diciendo el joven con profunda tristeza.
¡No! contestaron a coro los cuatro jóvenes lojanos que para entonces se encontraban ya repuestos de tremenda borrachera.
¿No? repitió asombrado el limeño y luego preguntó: ¿No van a entregarme ustedes a las autoridades para que me encierren e la cárcel por lo que he hecho?
¡No! volvieron a repetir los cuatro y uno de ellos, interpretando el sentimiento generoso y hospitalario que es proverbial en los lojanos, agregó:
Te vamos a dar la ultima oportunidad de convertirte en el "cura sin cabeza" para que vayas esta noche a contarle a tu novia lo que ha ocurrido y prevenirla de que si mañana no se fuga contigo, se quedará para siempre en ese convento. Si ambos no aprovechan esta generosidad de nuestra parte, olvídate de que nos hemos visto porque si una noche más de la que te concedemos, te apareces por aquí como el "cura sin cabeza". Irás a parar en la cárcel con caballo y todo!
Tan hermoso le pareció lo que acababa de escuchar que casi no lo creía. Los abrazó a los cuatro muchachos como a los hermanos que nunca había tenido y corrió a preparar su huída.
Nunca se supo cómo y cuando lograron escapar los dos jóvenes peruanos, pero después de algún tiempo se recibió en el correo central una extraña postal que armó revuelo en el vecindario porque estaba dirigida:
"A los buenos amigos que me ayudaron a escapar y a conseguir mi felicidad"
f. El Cura sin Cabeza
Desde entonces se tejieron más historias alrededor del "cura sin cabeza", pero el único hecho inequívoco fue que nunca volvió a vérselo en las calles de Loja; y como la postal que se recibió en el correo provenía de Lima, comentábase que seguramente estaría haciendo de las suyas en la vecina República del Perú.